jueves, julio 31, 2008

Breve evocación

De como llegué en micro a una buena canción


Salí de mi casa apurado y cansado. Apurado porque había quedado de llegar a las 22:30 a una “junta” en la muy lejana casa de un amigo y ya eran casi las 22:00; y cansado, por que gracias a una prueba ese día, había dormido muy poco la noche anterior. Además, antes de salir había alcanzado a estar con suerte una hora y media en mi casa luego de haber pasado todo el día fuera.
En fin, ya sentado en la micro, “en camino” al punto de encuentro, decidí olvidarme de la hora y no complicarme mirando el reloj. Me habían advertido que el propósito de juntarse en la casa de este amigo era hacer “una previa” antes de partir a otro lado -un local en boga- así que lo peor que podía pasar con mi tardanza era que llegando me encontrara con que ya estaban todos listos para largar a otra parte, lo cual, no me importaba.

Así, me entregue a divagar y disfrutar el viaje costero de Valparaiso a Viña, conectado en parte a mis pensamientos y en parte al mundo que se me presentaba al otro lado de la ventana. Me recuerdo mirando a los barcos en el mar, apenas iluminado por los focos de la calle, y pensando que ya que tenía algo de tiempo libre debería terminar de escribir ese comentario que enfrentaba a Pink Floyd con los Rolling Stones, surgido de una conversación con amigos la semana anterior. Nunca lo hice, y la verdad mejor así. No tenía ningún sentido.

Pasado el rato, en algún momento del viaje, comenzó a sonar en la radio una canción que me era remotamente familiar y completamente fascinante al oído. Traté de recordar de donde la conocía, si es que de veras la había escuchado alguna vez antes, y de reconocer la voz de quien cantaba, pero nada. No tenía idea de que canción era ni tenía idea de que grupo podía ser. Lo malo, y absurdamente angustiante por decirlo de algún modo, era que estaba seguro de que si la dejaba pasar sin reconocerla, no iba a volver a escucharla probablemente en años, o peor aun, quizás nunca. Así que cansado como estaba, y por sobre el ruido de la micro, los pasajeros y la calle, intenté rescatar algunas partes de la letra. Memorizar algún pasaje que me sirviera para después buscar en google y llegar a una canción. Para poder individualizarla, escucharla y darme el gusto tranquilo. Por exagerado que suene, para quedar en paz.

“Dirty street”, “white skin”, “the race is almost run”. Esas fueron las frases que guardé en mi memoria, sin estar siquiera muy seguro de haberlas escuchado bien. Recordarlas hasta el día siguiente se volvió entonces en una de mis pequeñas grandes prioridades de esa noche.

Llegué a destino a buena hora, cuando de hecho aun faltaban varios de los comprometidos por llegar. Ahí entre la conversación despreocupada y relajada (aunque no por eso completamente trivial), aprovechabamos todos un oasis de tranquilidad, a salvo de las preocupaciones del estudio. Un momento de calma antes de la nueva tormenta (era período de exámenes).

Olvidandome del sueño y con un vaso de ron-cola en la mano, le comenté a uno de mis buenos amigos (colaborador de este blog) el haber escuchado una canción “genial” y “muy clásica” en la micro y no tener idea del nombre ni de nada; pero que claro, iba a encontrarla y compartirla. Estaba realmente determinado a completar mi pequeña misión con éxito.

Así, y mientras la noche seguía su curso, entre conversación, risas, y música para el pueblo, no olvidaba del todo la canción que tenía que encontrar. Ni en el auto conducido por un irresponsable y feliz amigo camino al local de turno discutiendo las virtudes y defectos de Lucybell (¿1:00 am?), ni en la cola para entrar al local “hechando la talla” y “finiquitando la guagua” con los contertulios (¿1:20?), ni dentro del mismo, y a pesar del estruendo del nefasto reggaeton (¿1:25?). Ni siquiera -y sorprendentemente- lo olvidé a la salida, ya encaminandome de regreso al hogar, y con la conciencia más nublada que diáfana (¿5:30 am?). Seguía aun ahí, aunque remota, en algún lugar entre mi satisfacción y mi cansancio. Una buena noche.

Debo haber despertado a las dos de la tarde. Aunque aun algo cansado, “no presentaba mayores daños”. No es malo cambiar el pisco por el ron (en relación precio/calidad, claro).

Me senté frente al computador, y casi por reflejo conecté msn y abrí google. Escribí mis palabras mágicas, aun intactas, y agregué “lyrics” a la busqueda. Apareció, para suerte mía, el nombre de una canción: “The days of Pearly Spencer”. El autor eso sí, indeterminado. Aparecía muchas veces Marc Almond y otras (muy)pocas David McWilliams. Youtube me sacó de la duda. Según noté, la versión más difundida y popular es la de Almond, pero no es más que eso: una versión, un cover. La original, y que asaltó con su melodía en mis oídos, era en la voz y guitarra de McWilliams.

Más tarde, el mismo amigo a quién le había comentado sobre la entonces desconocida canción la noche anterior -demostrandome las ventajas de Emule sobre KaZaa- la buscó y me la envío vía msn. El resto del día siguió agradable y tranquilo; y para mejor, con una canción vieja refrescando mi lista de música.

Julio de 2006


Fotografía por Puff